Han llegado los alumnos al ESTRADO VIRTUAL de nuestros clásicos. El primero es Fran García, de 1º de Bachillerato A. Nos trae un texto de la literatura rusa, y la sabiduría de los textos en un cuento. Leamos.
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Recordando
a Tolstoi con la obra que leemos ahora Ana
Karenina, me han venido a la memoria los Cuentos Rusos que leyera de este
hace algún tiempo.
Cada cuento es un pedacito de inocencia
infantil o bien una dosis de aguda ironía, dependiendo esto de en qué manos
caiga, o mejor dicho, de que ojos lo lean.
Pues
bien, siendo estos cuentos tan reducidos, tan cortos y simples, me he atrevido
a coger uno entero, no vaya a ser que por coger únicamente un fragmento dejemos
al pastel sin azúcar y al veneno sin efecto. Leedlo, para ello os dejo con la
duda de “¿Cómo sería la camisa del hombre feliz?”
LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ
En las
lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó
gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron
todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha,
pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron
tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas
exóticas traídas en caravanas de lejanos países.
Le
aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la
salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la
mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.
El
anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran
cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo
para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien
pronunció:
—Yo sé
el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a
un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.
Partieron
emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un
hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el
dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los
hijos.
Mas una
tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un
hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
—¡Qué
bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos
amigos y familiares ¿qué más podría pedir?
Al
enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se
extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:
—Traed
prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!
En medio
de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente
recuperación del gobernante.
Grande
era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que
curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:
— ¿Dónde
está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
—Señor
-contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz no tiene camisa.
Ya
veis, un clásico. “No es más feliz el que más tiene sino el que
menos necesita”. Sí, es recurrente y parece que ya no nos hace efecto, pero eso
no quita su verdad. Además a este viejo refrán
hay que añadirle lo que el Zar pensaría en los auspicios de su muerte “No
asegura más fortuna el que más guarda sino el que más comparte”.
Fran García Cruz,
1º de Bachillerato A
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