Construir un libro con palabras que resuenan en la memoria

Os invito a construir el libro de nuestra memoria (del pasado más lejano al pasado que todavía parece presente) a través de los fragmentos de libros que hemos leído y que hoy queremos compartir. Podéis copiar un fragmento, localizando el texto, y podéis añadir (nos gustará a todos) un breve comentario sobre esas líneas. Ánimo. Mercedes Laguna

lunes, 20 de octubre de 2014

No asegura más fortuna el que más guarda



Han llegado los alumnos al ESTRADO VIRTUAL de nuestros clásicos. El primero es Fran García, de 1º de Bachillerato A. Nos trae un texto de la literatura rusa, y la sabiduría de los textos en un cuento. Leamos.
_________________________________________________

Recordando a Tolstoi con la obra que leemos ahora Ana Karenina, me han venido a la memoria los Cuentos Rusos que leyera de este hace algún tiempo.

 Cada cuento es un pedacito de inocencia infantil o bien una dosis de aguda ironía, dependiendo esto de en qué manos caiga, o mejor dicho, de que ojos lo lean.

Pues bien, siendo estos cuentos tan reducidos, tan cortos y simples, me he atrevido a coger uno entero, no vaya a ser que por coger únicamente un fragmento dejemos al pastel sin azúcar y al veneno sin efecto. Leedlo, para ello os dejo con la duda de “¿Cómo sería la camisa del hombre feliz?”



LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países.
Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.
El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció:
—Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.
Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los hijos.
Mas una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
—¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?
Al enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:
—Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!
En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.
Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:
— ¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
—Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz no tiene camisa.



Ya veis,  un clásico.  “No es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”. Sí, es recurrente y parece que ya no nos hace efecto, pero eso no quita su verdad. Además a este viejo refrán  hay que añadirle lo que el Zar pensaría en los auspicios de su muerte “No asegura más fortuna el que más guarda sino el que más comparte”.

Fran García  Cruz,
1º de Bachillerato A

No hay comentarios:

Publicar un comentario